sábado, 1 de octubre de 2016

El fin es el comienzo del encuentro.

Era el año 2002, y veíamos entonces los tanques de guerra entrar al Caguán. Era el comienzo del recrudecimiento de la violencia en Colombia y el nacimiento de dos periodos presidenciales de fuertes enfrentamientos y de un desbordado gasto militar, que sin duda redujo los grupos insurgentes, pero que, también sin duda, nos privó la posibilidad de soñar con una mejor educación, con salud de calidad, con inversión en innovación, infraestructura, y en resumen, con vivir en un país con más oportunidades para todos.

En adelante no quiero mencionar con nombre propio a nadie, porque todos sabemos sus nombres, quiero evocar mejor los atributos de las personas y contar una historia a través de la misma historia, la geografía de nuestro país y las emociones que nos ha producido ser especiales, entre lo positivo lleno de colores y lo negativo lleno de laberintos sombríos. La verdad es que vivimos incontables masacres y atentados, de unos y de otros: Bojayá, Mapiripán, el Salado, el Nogal; son sólo unos cuantos casos de injusticias cometidas contra todos, tanto con los de abajo como con los de arriba, en esa escala económica llena de precipicios que nos ha sumido en esta cruenta guerra. Las comunidades rurales y aquellas urbanas que están lejos de los grandes centros poblados no quieren más de esto. Escuchar las historias de grandes amigos que trabajan en la puerta del Catatumbo y en sus entrañas mismas, haber tenido la oportunidad de conversar con poblaciones del Cauca y del Nariño, que trabajan dentro de lo más profundo del conflicto armado, ver de cerca muchas otras del eje cafetero, del Caribe colombiano y de Santander, que quizás se han salvado de las balas constantes pero no del olvido en que las hemos sumergido. Todo esto, me lleva a concluir que la gente no necesita del asistencialismo brutal que las ha llevado a estancarse, sino de las oportunidades para producir y de la cobertura de sus necesidades básicas, esas de la base piramidal que el gran Maslow documentó y que son el primer paso para pensar en otras cosas que conduzcan a la autorrealización de los seres humanos. Esta gente pide tranquilidad, pide estar en la primera plana del presupuesto nacional y requiere que los proyectos traigan oportunidades para evitar ver a sus hijos en grupos que les prometen la calidad de vida que nosotros no fuimos capaces de brindar. Sí, hay otra Colombia que no conocemos, de la que no quiero generarles compasión con este texto porque allá también ocurren cosas maravillosas, y existen personas e instituciones dándose la vida por ellos, pero sí la que necesita tener la oportunidad de parir en su territorio y no tener que hacerlo en un semáforo del Distrito Capital.

El mensaje que estamos esperando el día de mañana, es el mensaje que hemos estado esperando desde hace mucho tiempo. A quienes van en contravía quiero manifestarles mi aprecio, porque esto es para todos y he entendido muchos de sus reparos (que por cierto también son los míos), pero ante todo quiero decirles que la violencia debe cesar para que podamos concentrarnos en conflictos más amables, y para evitar que los colombianos sigamos en la soledad que plasmó en letras nuestro Nobel, y que pasemos la página a la compañía que nos merecemos. Quienes se quieran quedar en la guerra deben prever sus consecuencias, lo menciono más por las disidencias, por las bandas criminales asociadas al narcotráfico y a la ilegalidad, y por todos los que no conservan un acervo político en su lucha sino su capacidad de hacer daño por beneficios personales. A esos, debemos enviarles un mensaje contundente, el mismo que se le envió a los narcotraficantes de los años ochenta y noventa y que produjo gran significancia para nuestros días. Esto es un recado para todos, para decirles que estamos dispuestos a integrarlos y brindar oportunidades en beneficio de la paz y tranquilidad, pero que también estamos dispuestos a no permitir que esta se coarte. El optimismo nos puede desbordar y tenemos el derecho a pensar una Colombia diferente, pero también nos debe sentar la cabeza en que este proceso es complejo, no es perfecto, pero es el comienzo de una carrera que seguro culminaremos para dejar a nuestros hijos y nietos un mejor país.

En la punta más hacia el norte de nuestra Puerta de Oro, aparece Bocas de Ceniza recibiendo al río Magadalena por un lado, y viendo como se entrelaza con confianza en el mar caribe. Dos caminos, en el que uno trae consigo muertos que matamos y los más crueles impactos ambientales, vientos de violencia del pacífico y un sinnúmero de historias tristes; pero de la misma manera, este camino le entrega al mar cumbias, bullerengues, caña del valle y café, alegría y vida, Colombia en sí misma. El agua salada lo recibe sin reparo, sin juicios, así nosotros recibiremos mañana la más bonita de las disputas, sellaremos la paz en la democracía y enviaremos un mensaje al mundo diciéndole que hemos comenzado a centrarnos en lo importante, porque el fin es el comienzo del encuentro.