jueves, 6 de diciembre de 2018

Volver al pueblo.

Y aunque nos alberga la delincuencia, secuestros, asesinatos, robos, carros bomba, no sé porqué nos sigue albergando también la esperanza.
Bolivar decía que este clima lo sanaba, y así me siento yo. Ocaña pasa de un calor picante en el medio día, al frío del páramo que baja a las cinco de la tarde, se prenden las luces Led y todo parece un pesebre desde la terraza de mi casa, de donde puedo ver la virgen del barrio del Carmen y casas de ladrillo amarillo de gente que se ha quedado en la montaña.
Somos la puerta del Catatumbo, hace rato no me adentro allí, pero mis amigos trabajadores, Ana Edilma y Camilo Claro, me cuentan que es hermoso, que los paisajes son sacados de un cuento, una selva intensa y pueblos que entre la injusticia viven felices. Ser esta puerta nos ha costado, y bastante, pero también nos ha dado un privilegiado lugar en el mundo. A veces me pregunto si es que Dios no puede dar todo, y a algunos no les dio el clima y la gente y sí seguridad y justicia, y a nosotros nos tocó al revés.
Comparo los reparcheos de calles de Europa, las vías y cómo se mueve el tráfico, ese que es la vida día a día de un mundo que tiene que ir al trabajo y a hacer vueltas de banco. Y entendí entonces que nuestro problema no es la Coca, ni falta de inteligencia, ni el desempleo, ni los indigentes pidiendo plata, porque de todo eso hay en todas partes. Nuestro problema es la corrupción desbordada, que se ve en Ocaña, cuando uno reflexiona las razones de ejecutar la plata con desespero en Diciembre, de pintar las calles a mano, y de arreglar los huecos con chambonadas, como lo analizamos con Licho Rojas. Ah, y también, de ver líderes que no salen al parque a darnos la cara y a ponerse al frente de esto, de esto que somos ahora, con ahínco, con ganas, como uno espera que un líder elegido lo haga.
Nos convocan a concentrarnos este Viernes veintidós a las cinco de la tarde. Allá estaremos, con nuestra única arma, el poder de movilizarnos. Porque queremos seguir viendo por siempre a San Francisco con su infraestructura elegante, al colegio Caro con su naranja natural, a Cedros bien arreglado, a Rinaro con sus amaretos y tortas genovesas, a crediservir con sus luces decembrinas, a ese letrero de Yo amo a Ocaña que emociona más que el Yo amo a Amsterdam, a la columna con los cinco anillos de la Gran Colombia que soñó el libertador, a el parque de San Agustín con la casa de mi amigo Oscar a la vuelta, y de Millo Benavides y Rosa, el de los cohetones el día de su novena. Queremos seguir viendo a los empresarios ocañeros, como Carlos Javier, porque luchársela acá no es fácil, o como mi amigo Daniel Carrascal que está empezando. Porque quiero seguir viniendo a ver a mi familia, que me hace arepa con queso y alcaparrado de pollo, y todo lo que a mí se me de la gana para rellenar la hijueputa arepa (hijueputa para mí es ser feliz y se lo digo a lo que amo).
Ocaña, donde me vuelvo a ver con mis amigos, con Otoniel que viene del Canadá, con Jonatan mi amigo al que amo, y qué decir de Wilson Ibañez, que cuenta los días para sus tres semanas en su tierra, cuenta los días para la parranda en su casa, cuenta los días para escuchar mañanitas de invierno y brindarnos un sancocho, no sin antes pedirle el equipo prestado a mi mamá.
Esta tierra tiene corruptos, pero también tiene a Alonso Bayona que se pensó un colegio como sacado de la Francia revolucionaria, tiene el musical de navidad, tiene al gringo de scuttman con su sinfónica, tiene la carranga del parque y los conciertos vallenatos que tanto nos gustan, tiene a Nancy Garcia y las danzas folclóricas, tiene a los Wichirris, el papá y los hermanos de mi amigo Camilo (el que nombré arriba) esos que se quedaron acá para hacer mi tierra más grande, con su música y su alma libre pensadora. Esta tierra tiene a mi vecina Torcoroma y Morita con su alegría fascinante, y tiene también a mis tías que me alcahuetean y me defienden de mi mamá.
Empecé reflexionando lo que nos está pasando ahora, luego de volver del extranjero, y no sé si el que lo lee llegó hasta acá. Pero quiero decirles un poquito más, esta tierra tiene también a Jorge Serna, que escribe poesía con palabras Ocañeras, y tiene también a Henry y su sátira, tiene a mi tío Manuel y su biblioteca llena de libros, así como la de mi mamá en donde descubrí el realismo mágico. Tiene también a Yolanda Paez que me hizo leer a Oparin, y me hizo hacer una máquina para fabricar bolegancho en la clase de biologia.
Esta tierra tiene a mis primos Mejia que fueron al Grammy y que casi nadie sabe, por el infortunio de los políticos a los que les gusta sólo el cemento, que son de acá. Esta tierra tiene a mi papá, y a los Casadiego y Casadiegos que provienen de Martin Casadiego, del Carmen Norte de Santander y que perteneció a los libres de Ocaña. Tiene a mi tía Carmela Peñaranda con sus buñuelos y que Dios me la guarde.
Ocaña tiene a los bollones con gafas de tres mil entre los que me incluyo, y tiene a la Aguacia que les da palo. Tiene el carnaval que ya no es con agua ni bolís, ahora te quema y te pinta la cara, pero tranquilos, sólo hay que alistar la acid mantlé. Esta tierra tiene a Laura Cantillo a quien le gusta leerme, no pensés churca que olvidé tu cara de turca, libanesa o de por allá, como tantas mujeres ocañeras, las más hermosas así como la negra Laudy que este año va a hacer falta.
No doy para terminar, y hasta mi vecino don Alfonso se me puede olvidar, o el queso de liduvina. Se me pueden olvidar muchos, pero los observo y analizo, así como reviso las botellas de trago, porque a Ocaña también la ha carcomido el contrabando y la mercancía chiviada que entra de la frontera. Que no se me olviden mis ahijados, porque soy el padrino de moda y los amo como amaré mis hijos.
Gracias a los que llegaron hasta acá. Gracias porque esto sale de ver y amar mi tierra que me duele, y que algún día quiero ver en paz para disfrutarla más, que ya es gula.
Con afecto y orgullo para todos mis amigos ocañeros. Sigamos hinchando bobamente el corazón, de que fuimos por un día la capital de esta Colombia.