miércoles, 29 de marzo de 2017

UN SÍ MÁS REAL.

Si hoy hubiese otro plebiscito que nos preguntara por la posibilidad de llegar a un acuerdo con un grupo armado, volvería a votar sí. Pero esta vez sería menos altivo, escucharía más y lo haría con una mejor y más consentida concepción de nuestra realidad.
Después de ese día de Octubre, he tenido la oportunidad de recorrer el país, por motivos del trabajo que he buscado, ese que espero que transforme de verdad y que comprenda el país en que nací y por el cual me mantengo de pie. No me convence el político que no habla alrededor de un café con la gente, esa que ha vivido la guerra, que ha puesto los muertos, o que simplemente labra la tierra en busca de mantener a sus familias. Una tarea ardua entre tanta vía mala, tanta falta de formación y de oportunidades certeras que en ocasiones medio les da la coca. Sé que quienes han estado en el poder hasta ahora, o al menos en una gran mayoría, no son esos que dinamizarán los verdaderos cambios, seguro que no lo son.
Estuve en el Putumayo, andando por trochas, yendo a ver la ZVT de la Carmelita y hablando con la gente de Puerto Asís, del Valle del Guamues y de San Miguel, este último municipio hermano del Ecuador, un país con una vía iluminada con fotoceldas y con una guardia decente, al lado de la entrada a nuestra Colombia.
El bloque sur de las Farc está concetrado en este departamento, en un proceso de paz que a muchos nos llena de esperanza, pero que hay que mirar con lupa. Me preguntaba mientras escribía si en mi Catatumbo natal estará pasando lo mismo, y mi conclusión es que el conflicto aunque heterogeneo y lleno de problemas que se complementan, tiene una raíz fundamental: la falta de oportunidades. Que genera uno muy conocido: la producción y comercialización de los cultivos ilícitos. Esto suena un poco mamerto y desgastante, trillado, pero es así y hay que repetirlo cuantas veces sea necesario.
Hablando con las víctimas resilientes de nuestro conflicto y con amigos que conocí, hay un alto grado de escepticismo. Rumores van y vienen de la disputa con neoparamilitares por el control del narcotráfico, de los impuestos, y en sí, del negocio mismo. Porque siguen tropas satélites que no quieren disparar, pero que no quieren dejar la teta que los alimenta ampliamente. Incluso se habla que algunos muchachos del proceso se están cedulando para quedar limpios, e ir a otra zonas a delinquir. Una tensa calma, una bomba de tiempo que las comunidades no quieren que explote y que vuelvan a quedar en el medio como siempre, porque son ellos los que tienen que andar quedando bien con los unos y los otros, y vivir en la zozobra para sobrevivir.
A todo esto hay que agregarle la incapacidad de un gobierno para cumplir. De Puerto Asís, donde hay vuelos diarios, a la ZVT no hay más de 2 horas por tierra. Se puede llegar. Y los guerrilleros viven en cambuches. Estaban mejor en el monte, me dijo una persona hablando de esto. Si es así con esto, ¿Cómo será con la poesía del acuerdo de paz?. Con ese libro bonito que nos invitó a soñar. Nos dio esperanza en vías, en tierras, en oportunidades, en justicia y en reparación. La verdad no sé qué vaya a suceder con todo lo demás después de los 180 días.
Acá no le estoy dando la razón a algún colectivo, porque nuestro problema es complejo y tampoco la bala y la fumigación exagerada ha tenido la razón. Ni la plata asistencialista ni muchos modelos para garantizar calidad de vida. Volvería a votar sí, porque creo que con un muchacho que sí quiera prepararse, que caiga en las manos de una beca o de las oportunidades del SENA, o cualquier otra entidad, todo eso es ganancia. La percepción de la vida segura y el sentimiento de que vivir con terror no va a volver a suceder, romper estas estructuras que se esconden en lo político con oscuras mañas, todo eso es válido.
Volvería a votar sí, pero un sí más real. Uno que conozca de verdad el país y no desde un escritorio en la ciudad. Un sí conocedor de que nuestros problemas son más profundos.

domingo, 12 de marzo de 2017

Las cajitas de colores de San Victorino.

A pesar del debate por el uso del suelo que se le debe dar a esta antigua zona del "Cartucho" en Bogotá, esta sin duda es una iniciativa para llenar de color la capital y el país. El color y la innovación urbana hacen sentir sin duda una condición diferente a los espacios urbanos más deprimidos.

Se han pensado una renovación urbana en que los puestos de trabajo estén cerca de la vivienda popular, pero más allá de eso lo que se debe rescatar es la capacidad de embellecer espacios. En Colombia la tasa de informalidad para veintitrés ciudades del país es cerca del 50% (según el DANE), y eso se refleja en el número de vendedores ambulantes que observamos a diario, y aquellos que no deambulan tanto y, más bien, ocupan un lugar fijo en el espacio público.


Las cajitas de San Victorino se pueden optimizar y pensarse aún mucho mejor para hacer nuestras ciudades más bonitas, pero sobre todo más inclusivas. Lo malo del grafiti no es el grafiti, es la falta de planeación sobre el arte dentro de la ciudad. En nuestro país pasan cosas buenas en renovación urbana, prueba de esto es este proyecto temporal que ya es una realidad.