viernes, 5 de octubre de 2018

AMALGAMA

Primer capítulo: Ella.

A esta altura del viaje la barba era abundante y el cabello formaba los resortes de la discordia, esos que me avisaban que estaba tarde para ir al salón. Sabía que sólo los cortaría al regresar, como un homenaje al hombre pasado que había de dejar y para dar bienvenida a un ser diferente. Se acercaba el ocaso, mi amigo proponía sólo un gol más para retirarse a orar, así como en el barrio: el gol gana. Y así lo tomé, porque así era desde niño, alguien acostumbrado a ganar y que había que tenido que aprender a perder a la fuerza. Me levanté y sostuve mi cuerpo al menos un segundo para cabecear con todo mi ser la pelota, un gol que en los últimos dos meses había buscado y que sólo se me daba al final, en ese instante de gloria para decir adiós al partido, pero también a ese país y con esto a Mohammed, Francisco, Nicolás, Mattia, Yun, Gokmen y Manuel, mis amigos, los que no perdieron de vista el fútbol 2 veces por semana, pero más allá de eso, los que no perdieron de vista la diversidad de colores que había entre nosotros.

Eran las 2 o 3 de la tarde y mi paisaje había ido cambiando, de la Bogotá con casas de ladrillo amarillo y tejas de zinc, a la Ciudad de México inmensa para llegar a Londrés y viajar después 2 horas en un taxi a la ciudad de Bournemouth. Casitas con ventanas en el techo, con alfombra en el piso y echas de cartón. O quizás no, pero escuchabas todo entre paredes. Los árboles adornaban el camino a mi nueva casa, y el verano se comenzaba a marchitar, aunque la brisa desquebrajaba mi piel y el frío era diferente al de la sabana. Ahí estaba, entrando a un portón, con un jardín bello y dos camionetas Ford apostadas a la derecha. Mi corazón palpitaba con nerviosismo y el cansancio de las más de 20 horas que acumulaba de viaje hacia mella. Abrió la puerta un papa noel sin barba con una sonrisa que daba tranquilidad y detrás de él un ser que me observó con una energía que eclipsó mis pocos sentidos. Quiso ayudarme con la maleta, pero yo con mi orgullo de macho cabrío no la dejé, le dije que podía solo en un inglés pisoteado, aunque la verdad hubiese querido que me cargara hasta la vida. Mientras el abuelo le ofrecía un Sandwich al conductor, ella me llevaba a mi habitación y comencé a detallarla: cabello a la cintura, pecas, blancura extrema, cara redonda como mi mamá y un olor mejor que ropa limpia de casa. ¿De dónde eres? Pregunté. A lo que ella respondió: I am from Bogotá.

Segundo capítulo: Un musulmán, un amigo.

Tercer capítulo: Naz y los turcos.

Cuarto capítulo: El lenguaje del fútbol.

Quinto capítulo: Una Toscana para enamorarse.

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